Por: Almirante C.G. DEM. Gustavo Orozco Peralta

En abril de 1946, la ciudad de Londres era y creo que sigue siendo una ciudad alrevesada. Cruzar las calles era una aventura que desafiaba a los reflejos condicionados. Lo que uno esperaba por la izquierda lo sorprendía por la derecha. Entender su sistema monetario requería, para un niño de 11 años, tomar un curso avanzado en las prestigiadas universidades de Oxford o Cambridge.

¿Quién entiende que las grandes transacciones comerciales se hagan en Guineas de inexistencia física, cuando las compras normales se hacen en libras esterlinas?, compuestas por moneda fraccionaria como los chelines, 20 por cada libra; los peniques, 12 por cada chelín; los farthings, 4 por cada penique; además circulaban de 2 chelines, de 2 1/2 chelines llamados medias coronas, de 6 peniques y de 3. Eso sí, el billete de mayor denominación era de 5 libras, blanco y con la efigie del Rey Jorge VI.

Londres se encontraba en plena reconstrucción y por doquier se veían manzanas enteras de puro escombro, andamiajes con sacos de arena protegiendo los edificios de mayor valor histórico y estratégico, aún había refugios antiaéreos. La famosa estatua de Eros en Piccadilly Circus, recién se había reinstalado para satisfacción del sufrido pueblo londinense, pero Hyde Park aún estaba sin sus rejas que fueron sacrificadas en el esfuerzo de guerra, rejas que eran verdes, como reza la canción sobre las de Chapultepec.

Londres, para quien sólo lo conocía por las andanzas de Sherlock Holmes y su inseparable Dr. Watson, personajes ya mitológicos creados por el flemático Sir Arthur Conan Doyle, además de las tétricas historias de Jack el Destripador, resultaba un cambio de mentalidad.

Ya hablábamos del tránsito por la izquierda y la complejidad de la moneda, también debemos incluir lo desconcertante de ver calles enteras con edificios de una misma fachada, un mismo color que nos hacían pensar, que bueno que tuvieran diferente número, hecho que para un despistado no le impedía ser sorprendido tratando inútilmente de abrir con su llave, la puerta de la casa equivocada.

La comida era insípida de por si y ahora bajo un estricto sistema de racionamiento. La neblina espesa y partículas de cenizas de carbón que se adherían a ropa, cara y cuello. Gente gris, pero sin faltar el ingenio y picardía del «cockney», quien con bromas y vestimenta llamativa «en chaquirada», pululaba por la «city», procurando la furtiva moneda con que sobrevivir.

1946, AÑO DE CONTRASTES

Londres imponía. Recorrimos con asombro sus plazas y monumentos, sus… abadías y catedrales, donde veíamos lápidas con nombres que habíamos conocido de la historia, de la ciencia y de la literatura, nombres que contribuyeron a la creación y mantenimiento de un Imperio con posesiones en todos los continentes y presencia en todos los mares. Esos sitios de homenaje nos recordaban a «Las Cuatro Plumas», a «Clyve de la India» y por supuesto a Wellington, Nelson y otros tantos que dieron a su madre patria el esplendor de antaño.

En sí, 1946 fue un año interesante, nunca me imaginé que mientras mi hermano y yo teníamos frío, batallábamos contra un idioma, al principio irreconciliable, en tanto, tratábamos de ambientarnos a un modo de vida radicalmente diferente al de nuestra niñez playera, valentona, pícara y, en mi caso, poco afín a los estudios.

En ese mismo año nacían Bill Clinton, José Carreras, Reggie Jackson, Liza Minnelli y Donald Trump. Ese mismo año moría H.G. Welles, Herman Wilhelm Goering, Manuel de Falla y el mago de la Teoría General del Empleo, Intereses y Dinero, John Maynard Keynes. Los que se fueron dejaron clara su historia, los que llegaban habrían de significarse de manera que hoy en día merecen el reconocimiento en sus áreas de actividad, uno de ellos perdurará en la historia.

En 1946 los ingleses pasaban hambre, se reagrupaban para recuperar su antiguo esplendor, pero el esfuerzo por sobrevivir, la destrucción y los nuevos tiempos, los relegarían a segundos y terceros planos dentro del nuevo orden de la política y del poder mundial.

Ese mismo año, el mundo se dividiría en dos. El 5 de marzo, el León Guardián del Imperio Británico, Sir Winston S. Churchill, con su lenguaje agresivo y contundente, anunciaba que: «… desde Sttatin en el Báltico, hasta Tries te en el Adriático… una cortina de hierro ha caído sobre Europa». Eran los tiempos del nacimiento de un nuevo y poderoso imperio sólo retado por una ideología impuesta que en poco más de 40 años se desmoronaría ante el fracaso de su economía y la rebelión de sus pueblos secuestrados.

En abril, ya para mayo, el pesimismo que genera el invierno se comienza a diluir, cuando asoma la primavera y se espera con impaciencia el verano, no en vano las efemérides británicas, de por si congestionadas, los meses de mayo y junio recuerdan hechos gloriosos que llenan el corazón y el espíritu de los ingleses.

EFEMÉRIDES BÉLICAS

Seguro es cuestión del clima, tema favorito de esa raza y quizá por ello del biorritmo que les impulsa. Entre estas efemérides, vale recordar la batalla naval del Glorioso 1 de junio, en 1794; Waterloo que se combatió el 15 de junio de 1815; la Reina Victoria fue coronada el 28 de junio de 1838; Jutlandia, el último enfrentamiento de dos poderosas flotas navales se llevó a cabo entre el 31 de mayo y 1 de junio de 1914. Las últimas semanas de mayo y los primeros tres días de junio de 1940 los ingleses y sus ya para entonces vencidos aliados de Europa, vivieron la odisea del rescate en Dunkerque.

El Bismark, tras honroso y productivo combate fue hundido el 27 de mayo de 1941, restaurando con ello el orgullo inglés, sobajado por el más formidable buque que alguna vez ondeara el pabellón Alemán. En junio de ese año, los ingleses adquirieron, por traiciones entre traidores, un nuevo, poderoso, pero a la postre incómodo aliado, el padrecito del heroico pueblo ruso, el turbio José Stalin. Tres años después, también en junio, el día 6, la operación «Overlord» abrió el ansiado segundo frente y permitió que en 11 meses los aliados recuperaran Europa y destruyeran un Reich, que según el iluminado, habría de durar 1000 años.

DESFILE MAGNO EN JUNIO

Junio, pues tenía que ser el mes, y Londres el lugar donde los aliados organizaran un desfile magno e histórico para celebrar la victoria sobre los países del Eje. Mi padre, entonces joven Agregado Naval a la Embajada de México en Gran Bretaña, estuvo al tanto de la organización y recepción del contingente mexicano. Nosotros, sus hijos veíamos con orgullo nuestro pabellón tricolor ondeando en la brisa londinense en el campamento establecido en los verdes prados de Hyde Park y a los jóvenes Cadetes en instrucción y en Revista.

También visitábamos a otros contingentes cuyos representantes portaban extraños y vistosos uniformes y un sin par de coloridos estandartes y banderas. Veíamos turbantes y gigantes barbados de la India, pakistaníes y persas; rostros intensos de egipcios; la espectacular negrura y presencia de etíopes; nos cruzábamos con nepaleses con ancho tórax y atuendo extraño, con franceses de quepí y su cruz de Lorena, luciendo en su hombro los colores de su bandera, orgullosos de haber luchado al lado de sus aliados y por el honor de recuperar París.

Del continente Americano, sólo participaron norteamericanos, canadienses, mexicanos y brasileños, nosotros nos ganamos ese honor por la gesta en el Golfo y por el desempeño del Escuadrón 201 en Filipinas, este último bien publicitado y lo nuestro mantenido en el rincón obscuro del olvido a pesar de los muertos, de los buques hundidos, del valor de quienes tripularon las bombas de tiempo que eran los buques petroleros y del patriotismo y entrega profesional de quienes fueron torpedeados y sobrevivieron para volver a luchar por su vida en un segundo torpedeamiento.

Los brasileños que se distinguieron en la campaña de Italia representados por la Fuerza Aérea y se hicieron merecedores del reconocimiento de los mandos aliados por su enojo y valor en combate.

Muchos países participarían en el desfile, aunque ya se había hecho notar que habrían también grandes ausentes: Rusia o la Unión Soviética, ariete incontenible en el frente oriental; Yugoslavia que luchó en la reconquista de los Balcanes y Polonia, la primera en sufrir el artero ataque nazi, país sacrificado desde antes con la herida abierta que le representó el «conector polaco» y primera, otra vez en servir como mercancía de cambio en los tratados de Yalta y finalmente en Postdam; el oso tenía hambre y había que alimentarlo.

De vagar entre los campamentos de Hyde Park, me quedaron impresiones encontradas. No éramos los únicos niños que concurríamos a ver a los victoriosos, habíamos quizá cientos; algunos, los menos, nos llevaba la curiosidad; los otros, los más, lo hacían además, para recibir alimentos y golosinas que de buena fe y hasta cariñosamente les ofrecían los soldados, algunos, especialmente los norteamericanos, hacían gala de su excelente capacidad logística, factor esencial en la consecución del ttiunfo, organizaban juegos de soft-ball y se hacían acompañar por un impresionante tren logístico, que bien pudo haber alimentado a un batallón de niños hambrientos que con rostros magros y el orgullo vencido, esperaban esa limosna.

La expectación crecía entre los londinenses, los grandes señores de la guerra estarían o a la cabeza de sus contingentes o en el estrado de honor, acompañando a su majestad Jorge VI, a la familia real y a la crema de la política y diplomacia del momento. Allí estaba, guardando el lugar que el protocolo le asignaba, la entonces princesa Isabel, quien sería coronada ¿coincidencia?, un 2 de junio, 13 años después.

MURIERON 35 MILLONES POR CAUSA DE LA GUERRA

Finalmente, llegó el esperado día, el 8 de junio que se vistió de sol, colorido y alegría, aunque en muchos rostros hubiese lágrimas recordando a quienes habían caído en aras de esto, de la victoria final. Murieron 35 millones por causa de la guerra: 18 millones de rusos; 5.8 de polacos; 1.5 de yugoslavos; 563,000 franceses; 466,000 de la comunidad británica; 298,000 norteamericanos. Todos ellos presentes en la mente de quienes allí los representaban, quizá con la infinita emoción de estar demostrando que su entrega no fue en vano, que el cáncer que se extendía por toda Europa y en Asia, había sido erradicado.

ESCENAS DEL DEFILE

Pepe y yo observamos el desfile, quizá trepados en un poste o escurriéndonos entre la multitud hasta esa valla, suelta, que hacían los bobies (policías), tommies (soldados ingleses) y aquellos miembros de un cuerpo de policía especial, de uniforme negro y fornitura cruzada amarilla. Creo que se llamaban «wardens» cuya misión durante los bombardeos era guiar al personal a los refugios y prestar auxilio a quienes lo requerían, a todos ellos el pueblo en general les guardaba el reconocimiento y respeto que se merecieron.

Pasaron frente a nosotros esas bandas precedidas por un Sargento Mayor, haciendo malabares con su gran bastón bajo enormes gorros negros de piel y sus gruesas carrilleras doradas, sus botines brillosos con punteras redondas y exhibiendo marcialidad y un estilo que parecía de coreografía. Detrás de éste, la banda, destacando de forma impresionante un hombre de altura descomunal, adornado con piel de leopardo y batiendo un enorme tambor con fuerza, ritmo y magnificencia digna de un Follies Berger, para damas.

Abrieron el desfile los norteamericanos, con ese paso de triunfador, sobrio, corto y me parece con sus cuerpos echados de lado a la Jonh Wayne; soldados, marines, de una mezcla interracial que sin aparente disciplina a la prusiana, lucharon con voluntad, valor y un alto sentido del deber, parecería que su verdadera misión fue mantener la guerra lejos de sus hogares. Pasaron escoceses con gaitas y vistosos tartanes, sus faldas tableadas hasta la rodilla y sus fuertes piernas adornadas con medias y polainas, lanzando por los aires ese sonido de lamento y gloria que los acompañó en cruentos combates que me hacen recordar Noráfrica, precediendo los ataques, las cargas, contra posiciones del legendario Afrika Corps de Erwin Rommel, el afamado Zorro del Desierto.

Pasaron blancos, rubios, morenos, asiáticos y negros, en ese calidoscopio humano de vestimenta policromática, pasos firmes de vencedor y gestos mezclados por la emoción entre satisfacción y pena. En sus recuerdos cabían estos dos sentimientos al parecer contradictorios.

Para estos dos niños mexicanos, lo que causó que latieran más acelerados sus corazones y lo que iluminó sus rostros con orgullo y alegría, fue divisar a la distancia nuestra enseña patria, con sus tres colores y su escudo, emblema de nuestra raza, ondeando en esta ocasión en honor a nuestros caídos, algunos merecidamente recordados, otros los nuestros, los marinos, tan inmerecidamente olvidados.

GALLARDO CONTINGENTE MEXICANO

Se acercaba el pequeño, pero gallardo continente mexicano, integrado por dos generales, un Comodoro, un Coronel, dos tenientes de Navío, un Capitán Segundo, un Teniente de Caballería y un Teniente Piloto Aviador, en descubierta y escolta, seguidos por una sección incompleta en columna de secciones que constaba de 24 Cadetes de las tres armas (Ejército, Marina y Aviación), uniformados como tropa, clases y marinería, respectivamente.

Por la Armada de México desfilaron el Comodoro Gontran J. Chapital Ortiz, Director de la Escuela Naval Militar; el Teniente de Navío José H. Orozco Silva, Agregado Naval, el Teniente de Navío Samuel Fernández Velazco y los Cadetes Aureliano Rodal Rojas, Armando Marcos Díaz, Carlos Castillo Segura, Gonzalo Quintana Suárez, Carlos Carrión Estrada, Gilberto del Moral Machorro, José Quijano Roca y José Luis Cubría Palma.

Recobro mi última impresión de este desfile, observando la que se ha considerado la foto oficial de nuestra participación, que muestra al contingente mexicano habiendo apenas rebasado al Palco Real, aún en posición de saludo El Rey Jorge VI, la Reina Isabel y la princesa Isabel, ya volteando hacía el contingente que seguía vistiendo el sobrio uniforme de campaña de los ingleses, también en uso por Fuerzas Armadas de la Comunidad Británica. A un lado y otro del Palco Real, y en las primeras filas, se ven uniformados de alta jerarquía acompañados de damas que pudieran ser sus esposas.

En las filas posteriores pudieron haber estado miembros del Cuerpo Diplomático acreditado en el Reino Unido o representantes especiales para el evento. Abajo, a pie de banqueta, del lado derecho del Palco Real se ven militares que asumo eran los comandantes de ejércitos y flotas que guiaron a sus hombres en esta odisea y del lado izquierdo del palco, están lo que aún me impresiona:

el Primer Ministro Clemente Atlee del Partido Laborista, y apuesta del pueblo inglés para una paz duradera y un derrame de la ayuda del Plan Marshall hacía los servicios que la sociedad inglesa requería y a su izquierda, con la cabeza inclinada y descubierta en señal de saludo, la figura que todo el mundo reconocía, al hombre que hubiera detenido al avance coordinado de los norteamericanos e ingleses hasta tomar Moscú. El hacedor de Charles De Gaulle como guía y símbolo a la Francia libre; aquel que sólo ofreció al estoico pueblo inglés, «sangre, sudor y lágrimas», pero con astucia, tesón y una indomable voluntad, lo llevó a la retaliación y a la victoria.

Finalmente, no pudo más que llamarme la atención en la fotografía, que la única persona que aún tiene la mirada fija en el contingente mexicano es la princesa Margarita. ¿Le habrá gustado algo?, ¿le habría gustado alguien?