Un Mejor México

Por: Eduardo Caccia fundo Mincode, empresa de neuromarketing y socio fundador de Antropomedia, firma especializada en antropología de redes sociales.  Profesor de Maestría en la Universidad Panamericana, Miembro de la Oficina de Educación Corporativa y Profesional de la Universidad de San Diego.  Articulista permanente en Reforma, Mural y el Norte.

Como estudioso de la conducta del ser humano para orientar a empresas e instituciones a servir mejor a sus colaboradores, clientes y ciudadanía en general, tuve un abordaje accidentado. Mi búsqueda a la respuesta ¿qué hace que la gente haga las cosas? inició desde el mundo de la mercadotecnia, disciplina valiosa en el ámbito de los negocios, aunque con limitaciones para explicar motivaciones profundas. Un buen día toqué la puerta correcta: encontré en la antropología un enorme campo de aplicación con el que he intentado construir, luego de 20 años, un método de trabajo multidisciplinario.

Hubo que romper varios paradigmas. Acostumbramos a pensar en los antropólogos como seres que estudian tribus, etnias, “cosas raras”, que viven en su mundo y que además trabajan por amor a una vocación sólo entendible para ellos. Con el tiempo, la antropología se me reveló como una obviedad. La disciplina que por décadas ha estudiado al ser humano, podría explicar las motivaciones individuales y grupales. Y así fue cómo construí un puente entre esta ciencia social y el mundo de los consumidores y las empresas. Dos territorios distanciados desde su raíz. Injustamente distanciados, diría yo, tienen mucho de complementarios.

He querido expresar los orígenes de mi actividad profesional, para hablar de cómo tener un mejor país, más seguro y próspero para todos. Esa búsqueda idealizada que a veces semeja la ansiada olla con oro al final del arcoíris, es factible si miramos con los lentes de las ciencias sociales. Porque a través de esa mirada entenderemos no sólo cómo podríamos cambiar sino porqué somos como somos, con lo bueno y lo negativo que existe en toda sociedad humana.

Lo primero que quiero hacer es tratar de explicar el concepto de “cultura”, una de las materias primas más importantes para la antropología. El concepto de cultura ha provocado malentendidos y no pocos enfrentamientos ideológicos. Para unos, cultura es la esencia de un pueblo o nación, y está ligada al ser mexicano, es decir, está en los genes, es algo más allá de la voluntad del individuo y la sociedad. Pensemos en la expresión “la corrupción es cultural”, con justa razón quienes interpretan a la cultura como algo biológico ligado a la nacionalidad, se sienten agredidos, ven en la expresión un “los mexicanos somos corruptos sin remedio”. Para otros, como los antropólogos, la cultura no está ligada a los genes ni a la nacionalidad, es la forma de ser de una sociedad, forjada a través del tiempo mediante los usos y costumbres, las tradiciones, lo que cada quien aprende de su contexto, es, en otras palabras, nuestra forma de interpretar y actuar en el mundo. La misma expresión “la corrupción es cultural”, no ofende pues es una forma de decir “la corrupción es un modus operandi” en esta sociedad. La primera acepción de cultura implicaría que la corrupción es ineludible y que uno nace con ella por ser mexicano. La segunda implica, por el contrario, que es algo aprendido y por lo tanto modificable y combatible.

Por supuesto que estoy a favor de la visión antropológica, la corrupción, como la inseguridad, son culturales, son formas aprendidas (si bien no por todos) y por ende combatibles.

La visión antropológica de la sociedad incluye el concepto “código cultural”, esa serie de instrucciones no escritas, pero sí practicadas por un grupo social. Ser sensibles a los códigos culturales es de la mayor importancia pues es el equivalente a acceder a los motivadores de las personas. Estos códigos culturales cambian no sólo de país a país, incluso de estado a estado y de ciudad a ciudad. Por ello, cuando viajamos de nuestro medio cercano, nos extrañan ciertas palabras o tradiciones que vemos distintas a las nuestras. Diferentes palabras para nombrar los mismos objetos. Diferentes símbolos para significar lo mismo. Así de diversa es la sociedad y por ello el antropólogo está preparado para observar, entender y analizar la conducta.

Estoy convencido que en México podemos cambiar muchos de los males que nos aquejan, como la corrupción y la inseguridad. Y para ello necesitamos aceptar lo que he llamado “primera ley del cambio”: desear el cambio y creer que es posible. Una sociedad desea y cree en el cambio cuando ve acciones tangibles, lo que he llamado “metáforas de sí se puede cambiar”. Hace unos años, no usábamos cinturón de seguridad para manejar, hoy quien no lo usa, es la excepción. Hubo una normatividad, sí, pero también un “contagio de actitud”, que lo provocaron.

Así como el caos llama al caos, el orden y la disciplina llaman al orden y a la disciplina. Una toma clandestina de luz, coloquialmente llamada “diablito”, en la vía pública, es una invitación a que alguien más se sume a la ilegalidad. Se han documentado “diablitos” con decenas de cables en el mismo punto. Es una señal de “robar la luz no tiene consecuencias”. La vida cotidiana en nuestro país está plagada de pequeñas acciones donde se hacen transgresiones “menores” a la ley, donde los actores justifican su acción desde un “no pasa nada” hasta “todos lo hacen” o “así funciona aquí” (es decir, es cultural). Esas transgresiones, aparentemente inofensivas y aisladas, son lo que debe combatirse si queremos disminuir la corrupción y la inseguridad. Por ello es importante en México que haya instituciones modelo que refuercen el concepto de orden, disciplina y cumplimiento a la ley que necesitamos. En este sentido, una institución como el Ejército Mexicano es un baluarte como ejemplo en otros ámbitos de la vida nacional.

Por supuesto que la educación tiene un papel fundamental. No me refiero únicamente a la preparación de niños y jóvenes para el futuro, me refiero a la posibilidad de instruir nuevos comportamientos en toda la sociedad. La cultura de una nación se forja, en gran medida, por aquello que premia y aquello que castiga. En la medida que entendamos estas “palancas de cambio” podremos inducir nuevos y mejores comportamientos sociales, esa conducta que, más allá de ideologías y partidismos políticos, haga de México la gran nación que todos anhelamos, donde entendamos que, para tener un mejor gobierno, debemos primero tener una mejor sociedad.