Por: Julio A. Millán Bojalil, Economista, Empresario, Presidente del Consejo Editorial de la Revista Militar Armas, Profesor del Colegio de Defensa Nacional, Expresidente de los Comités Bilaterales Empresariales con República Popular China, Japón, Corea del Sur, Hong Kong y miembro de APEC.

¿Puede ser la democracia en sí misma, un factor de riesgo social? SI. Para no serlo, debe estar consolidada. El riesgo de las naciones jóvenes, como México, que mantienen adaptaciones, improvisaciones o alteraciones, son un grave riesgo para la estabilidad social del país.

VIAJE A LA DEMOCRACIA

En México estamos a las puertas de un proceso electoral que medirá nuestra realidad democrática. Si bien, ésta se ha venido envenenando desde hace tiempo, con prácticas equivocadas, todavía los mexicanos tenemos tiempo y voluntad para consolidar nuestra democracia. La persistencia de las diferentes caras de la democracia (soberanía, representación, ciudadanía, entre otras) es el resultado de la acumulación de experiencias e ideas en torno de ella surgidas a lo largo de la historia cuyas variantes llegan a mantenerse en un mismo cesto.

El viaje de la democracia, como se sabe, inició en la Antigua Grecia y de ser considerada originariamente una alternativa poco virtuosa, siglos después, en la era moderna, se ha erigido como la opción ideal por encima de lo arbitrario que yace en otras formas de gobierno. Por tanto, elegir un sistema democrático exige un esfuerzo colectivo, así como la aplicación de mecanismos de representación incluyentes, de tal manera que ello contribuya a mejorarlos en vez de desvirtuarlos. Es decir, adoptar y mantener los fundamentos democráticos significa saber combinarlos asertivamente con contextos particulares, sin omitir la crítica ni la posibilidad de corregir procesos en vez de destruirlos, después de todo, la democracia también es la búsqueda de una organización eficiente, una forma de disciplina civil que respeta y procura los marcos de convivencia –Constitución, leyes como base del desarrollo integral de todos los sectores sociales.

MEDIR LA DEMOCRACIA

Ahora bien, existen modos de medir la democracia, lo cual ayuda a tener una perspectiva global y referentes objetivos sobre qué tanto una nación se aleja o no de lo formal. Por ejemplo, The Economist realiza desde 2006 un Índice de democracia (Democracy Index) en el que considera cinco diferentes elementos: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación y cultura políticas. En el estudio de 2022, México se situó en la posición 89 de 167 naciones, con un promedio de 5.25 (sobre 10). Por segundo año consecutivo se alejó de la categoría de democracia deficiente (donde había permanecido por casi tres lustros, desde 2006 hasta el 2020), para quedar una vez más dentro de la categoría de régimen híbrido.

La tendencia negativa se acumula desde 2014 (cuando tuvo un promedio de 6.68), el cual ha decrecido año con año desde entonces. El promedio más alto (6.93) correspondió a los años 2010 y 2011. En cuanto a la clasificación regional en América Latina y el Caribe, nuestro país quedó en la posición 16, detrás de Ecuador y apenas arriba de Honduras, los primeros tres lugares fueron Uruguay, Costa Rica y Chile con las posiciones 11, 17 y 19 respectivamente. El primer lugar del ranking lo ostenta Noruega, una democracia plena, con un promedio de 9.81 y el último sitio Afganistán, régimen autoritario, con un 0.32.

Tal calificación se debe, entre otros elementos, a una propensión por incumplir reglas, la desconfianza en la autoridad y los resultados electorales o la falta de acuerdos políticos esenciales. La posición de México es preocupante, no sólo por el retroceso consecutivo desde hace casi una década, sino porque no hay indicios sólidos para revertir en el corto plazo, la tendencia negativa, al contrario, y en ello incide el deterioro generalizado del Estado de Derecho.

Es fácil olvidar que las diferencias, aún las más profundas, y hasta los rezagos sociales, pueden dirimirse y encauzarse mejor en democracia que en un régimen autoritario. Ello mismo aplica al desempeño de las fuerzas armadas: la capacidad de atajar imprevistos que atenten contra la seguridad nacional prevalece bajo las certezas de lo formal, más no en la incertidumbre de lo voluntarioso, que altera las nociones de orden y lealtad e incluso el monopolio de la fuerza.

MEDIR LA DEMOCRACIA

Ahora bien, existen modos de medir la democracia, lo cual ayuda a tener una perspectiva global y referentes objetivos sobre qué tanto una nación se aleja o no de lo formal. Por ejemplo, The Economist realiza desde 2006 un Índice de democracia (Democracy Index) en el que considera cinco diferentes elementos: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación y cultura políticas. En el estudio de 2022, México se situó en la posición 89 de 167 naciones, con un promedio de 5.25 (sobre 10). Por segundo año consecutivo se alejó de la categoría de democracia deficiente (donde había permanecido por casi tres lustros, desde 2006 hasta el 2020), para quedar una vez más dentro de la categoría de régimen híbrido.

La tendencia negativa se acumula desde 2014 (cuando tuvo un promedio de 6.68), el cual ha decrecido año con año desde entonces. El promedio más alto (6.93) correspondió a los años 2010 y 2011. En cuanto a la clasificación regional en América Latina y el Caribe, nuestro país quedó en la posición 16, detrás de Ecuador y apenas arriba de Honduras, los primeros tres lugares fueron Uruguay, Costa Rica y Chile con las posiciones 11, 17 y 19 respectivamente. El primer lugar del ranking lo ostenta Noruega, una democracia plena, con un promedio de 9.81 y el último sitio Afganistán, régimen autoritario, con un 0.32.

Tal calificación se debe, entre otros elementos, a una propensión por incumplir reglas, la desconfianza en la autoridad y los resultados electorales o la falta de acuerdos políticos esenciales. La posición de México es preocupante, no sólo por el retroceso consecutivo desde hace casi una década, sino porque no hay indicios sólidos para revertir en el corto plazo, la tendencia negativa, al contrario, y en ello incide el deterioro generalizado del Estado de Derecho.

Es fácil olvidar que las diferencias, aún las más profundas, y hasta los rezagos sociales, pueden dirimirse y encauzarse mejor en democracia que en un régimen autoritario. Ello mismo aplica al desempeño de las fuerzas armadas: la capacidad de atajar imprevistos que atenten contra la seguridad nacional prevalece bajo las certezas de lo formal, más no en la incertidumbre de lo voluntarioso, que altera las nociones de orden y lealtad e incluso el monopolio de la fuerza.

CLAROSCURO DEMOCRÁTICO

¿Qué sucede cuando la democracia no es suficientemente valorada o cuando las reglas básicas son deliberadamente menospreciadas por uno o varios actores sociales? Es motivo de constantes cuestionamientos y críticas. El ser democrático es una forma de vida que aboga por valores de inclusión, seguridad y libertad; y aunque existen particularidades que responden a circunstancias históricas y culturales determinadas, no deben significar éstas una contradicción a los dos aspectos formales esenciales de cualquier democracia: la representatividad efectiva (respeto del voto) y los límites al ejercicio del poder (equilibrio real entre poderes). Sin embargo, no es casual que en la actualidad haya cada vez más escenarios adversos, pues parte de la vaguedad mencionada es la sobreestimación de sus alcances. Es decir, se espera que por sí sola la democracia sea capaz de solucionar, sin dilación, un creciente número de conflictos, lo cual resulta una ilusión.

Al final, eso allana el camino para desmontar su entramado institucional. Entre mayor es el retroceso cultural en democracia, menos claridad hay sobre quién y cómo debe gobernar a pesar de la existencia de normas, y los riesgos que ello conlleva son exponenciales o impredecibles. ¿Cuál es el papel de las instituciones, si la noción misma de autoridad es elusiva?, “¿a qué deberíamos prestar atención si tememos que la democracia está sufriendo una crisis?, o si ya está presente, ¿quién y cómo la reconoce como tal? ”, ¿el que señala decide? Esto es un gran reto para la sociedad mexicana, sin excepciones.

DEMOCRACIA DEBILITADA, FACTOR DE RIESGO

Significa que una democracia debilitada, sí es factor de riesgo inminente, por su eventual incapacidad para contrarrestar una abrupta interrupción de sus procesos, como el desconocimiento de una elección presidencial, la anulación ilegítima y forzada de alguno de los poderes federales o la imposición de un estado de excepción. ¿A quién le corresponde elaborar un plan de acción ante escenarios simultáneos de desobediencia civil? ¿Quién o cómo responder ante un estado de excepción en México? ¿Cómo incidirían otros factores reales de poder no legales ante una insurrección?

Los mexicanos estamos en una oportunidad de mostrar solidez y músculo y una ciudadanía dispuesta a participar. La solidez de las fuerzas armadas es una aportación al fortalecimiento de las raíces democráticas, pues es uno de los garantes reconocidos del orden constitucional, la única ruta pavimentada ante una implosión o ante una inminente marcha de la locura.
LA PREGUNTA ES ¿AHORA O NUNCA?