Por: Leonardo Curzio Investigador Titular del Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN) de la UNAM, académico y periodista. Ha dado cátedra en el Centro de Estudios Navales y el Colegio de la Defensa Nacional. Medalla al Mérito Militar Docente Medalla al Mérito Naval Docente

Morena llega a esta sucesión del 2024 con cinco comodines que le aseguran una buena posición de campo a su candidata Claudia Sheinbaum.

  1. La popularidad de AMLO es un activo político nada desdeñable. Es claro que la popularidad no se transmuta toda en votos, pero para la candidata del oficialismo es mucho más fácil hacer campaña sin desmarcarse de un presidente que tiene amplia aprobación.
  1. AMLO logró heredar su imperio a Sheinbaum. Le costó dos meses, pero consiguió domeñar la rebelión de Ebrard y finalmente el excanciller fue sometido y alineado. Seguramente será senador de la mayoría. Un importante bloque unitario apoya a Claudia. No es una candidata que agregue puntos a la intención del voto de Morena, pero las encuestas (por ejemplo, la de Mitofsky del 21 de noviembre del 2023), indicaban que la preferencia por ese partido y sus aliados estaba en 48% y la preferencia por Sheinbaum en 47%. Por lo tanto, cuenta con el llamado “voto duro”.
  1. Los programas sociales tienen una cobertura que supera los 25 millones de beneficiarios. Todos ellos reciben sus beneficios en tarjetas del Banco del Bienestar y la propaganda se ha encargado de hacerles ver que es el presidente, en persona, quien les da ese beneficio. Es una reserva de votos muy importante que difícilmente podrá ser convencida por otras opciones políticas.
  2. La economía termina bien en 2023 en contra de todo pronóstico. La locomotora norteamericana no se ha detenido y la tantas veces presagiada recesión no ha llegado. Terminará el sexenio con buenos datos de inversión extranjera y el nearshoring seguirá permitiendo al país recibir grandes cantidades de ahorro externo.
  3. El presidente goza de una mirada dulce en el exterior. Ha logrado, con pragmatismo y una indudable vocación norteamericana, ganarse el aplauso del presidente Biden y de muchos actores económicos en los Estados Unidos que ven en algunos de sus desplantes pequeños lunares que no ensombrecen un balance positivo. México no fue Venezuela y eso lleva a que banqueros y financieros de todo el mundo tengan una lectura favorable sobre México. Además, el contraste regional lo beneficia nítidamente: la estabilidad macroeconómica y una posición geográfica envidiable, son una combinación más que aceptable.

Esto no significa que la elección esté ganada por Morena. En México los vuelcos electorales existen y claramente hay diferencia en la forma en que el electorado se expresa en las precampañas y el voto final. De hecho, aunque suene paradójico, es la propia experiencia de López Obrador la que mejor demuestra estas posibilidades de cambio en la intención de voto.

Consideremos algunos datos de las últimas elecciones.

En 1999, según las encuestas de GEA/ISA, Fox tenía 35% de intención de voto y terminó en 44%. Labastida tenía 36% de intención de voto y terminó en 37% y en el caso de Cárdenas la variación fue mínima, empezó en 18 y terminó en 17%. Fox, por tanto, pudo mover la aguja un 9%.

En 2005 la variación fue todavía mayor. AMLO, que arrancó como el puntero en las encuestas, tenía el 34% en agosto del 2005 y terminó en 36%. Calderón, por su parte, arrancó muy atrás con un 16% de intención de voto y terminó en 37% en ese año. La aguja se movió 19 puntos para llevar a un candidato rezagado a ganar el proceso. Roberto Madrazo perdió 4 puntos, pues arrancó en 27% y terminó en 23%.

Es interesante también ver lo ocurrido en 2011. El puntero pasó de 43% al 39%. El entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, apareció sobreestimado en las encuestas y desde entonces la comunidad especializada sigue debatiendo por qué se sobreestima al puntero. Josefina Vázquez Mota arrancó muy abajo y logró pasar de 18 a 26% moviendo la aguja 8 puntos. Pero lo más interesante es constatar cómo López Obrador pasó de 9% de intención de voto a tener finalmente el 32% de los sufragios en la elección constitucional. Fueron 23 puntos los que cambiaron por efecto de las campañas electorales.

Finalmente, en el 2018 tuvimos también una variación importante en el campo opositor. El candidato oficialista Meade arrancó en 15% y terminó en 17%. El candidato del PAN empezó en 24% y concluyó en 23%. López Obrador nuevamente fue el encargado de mover drásticamente la aguja, pues arrancó en agosto del 2017 con 27% y terminó arrasando con el 55%, es decir, un movimiento de 28 puntos. El electorado es sensible a las campañas y que las narrativas del triunfo inexorable nunca han sido eficaces.

En el año 2024 hay elementos contextuales nuevos, como es la tendencia latinoamericana a la alternancia. En las elecciones más recientes de los principales países latinoamericanos como Colombia, Brasil, Argentina, Ecuador, Perú, Guatemala y Honduras la oposición ha ganado las elecciones por diversas razones que se explican según el contexto nacional, pero la constante ha sido el cambio. La movilización de candidatos inesperados como Arévalo en Guatemala, Milei en Argentina o Novoa en Ecuador, ha dejado de ser un elemento excepcional para convertirse en un factor cada vez más frecuente.

Xóchitl Gálvez tuvo un arranque sorprendente al neutralizar el discurso identitario de Morena, basado en la idea de ubicar a la oposición como una corriente clasista y racista. Su reto es movilizar a un segmento de la sociedad civil no encuadrada en los padrones de beneficiarios de los programas sociales y hacer que vote por ellas ese segmento de los jóvenes poco politizados que puede escorarse por Movimiento Ciudadano. Entre tres y cuatro de cada 10 mexicanos no la conocen y el 30% tiene una buena opinión de ella. Dependerá de su habilidad para vender a las clases medias la idea de que es una apuesta ganadora.

En definitiva, aunque Morena tenga una posición de arranque muy favorable, es imposible decir que su triunfo está escrito en el libro del destino.